Amar es cuidar. Es simple, no hay amor que se base en el descuido. De hecho, no hay nada que caracterice más el pensamiento de una enamorado que el de cuidar a su pareja. Hacerlo significa mantener los pequeños detalles, valorar a quien tenemos al lado y hacerle sentir especial, escuchado y amado.
Puede parecernos muy obvio, pero la realidad es que lo primero que solemos abandonar es precisamente eso: el cuidado. Conocemos a la perfección la teoría, sabemos que hay que conquistar cada día o que debemos mantener la atención sobre nuestra pareja o la persona a la que queremos.
Sin embargo a la hora de llevar a la práctica esta costumbre del cuidado diario solemos pecar de desinterés y acabamos por dañar nuestra relación con actitudes de indiferencia o de procrastinación, es decir, de postergación de los pequeños detalles.
Amar es cuidar y regar el amor todos los días, para que este no se marchite y no termine muriendo a causa de la pereza y la postergación de detalles.
El amor durará tanto como lo cuides y lo cuidarás tanto como lo quieras
A veces hacemos con el amor lo mismo que un niño con su globo. Es decir, a veces ignoramos lo que tenemos para luego llorar por lo que perdemos. Es de sobra conocida esa expresión hecha de “no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos”.
Si no nos empeñamos en cuidar de nuestras relaciones nos arriesgamos a que se pierda la ilusión y las ganas de mantener un afecto o un vínculo que, suponemos, nos hace felices. Pensamos que nuestra pareja o las personas que nos rodean tienen la obligación de esperarnos, de aguantarnos o de comprendernos ante todo.
Pero la verdad es que podemos tolerar todo excepto que nuestras necesidades se encuentren en jaque. Con esta idea acabamos sometiendo y sometiéndonos, creando o alimentando círculos viciosos insanos que deterioran los sentimientos que debían haber sido cuidados.
“Al final te das cuenta que lo pequeño siempre es más importante. Las conversaciones a las tres de la mañana, las sonrisas espontáneas, las fotos desastrosas que te hacen reír a carcajadas, los poemas de diez palabras que te sacan una lágrima. Los libros que nadie más conoce y se vuelven tus favoritos, una flor que te pones en el cabello, un café que te tomas solo… Eso es lo que verdaderamente vale la pena; las cosas diminutas que causan emociones gigantescas”
-Entre letras y cafeína-
Las excusas que alimentan la dejadez
Solemos excusarnos en el poco tiempo que tenemos, pero lo cierto es que lo que deteriora muchas veces nuestras relaciones es la inercia, los hábitos y la costumbre; es decir, la rutina. Así, lo que a priori no tendría por qué ser negativo si lo manejamos adecuadamente, acaba siendo destructor.
¿Cómo dejamos de cuidar a quienes queremos? No alimentando las sonrisas diarias, tapándonos los ojos y dejando de percibir la reciprocidad. Esto acaba menoscabando la luz que el amor aportaba a nuestra vida y todo se vuelve mucho más superficial. Así nos olvidamos de que amar es cuidar.
Entonces se apaga lo que alimentaba “lo especial”, dejamos de sentirnos amados y parte de nuestra relación comienza a fracasar. Así, la ausencia de muestras de interés y de gratitud acaban generando dudas en una pareja y la unión se vuelve desunión.
No hay amores eternos, hay amores bien cuidados
No hay receta universal para que proteger nuestro amor, pero sí que podemos poner nuestro empeño en que al menos la dejadez no sea lo que lo deteriore. Porque no hay amores que sean en sí mismos eternos, amar es cuidar y eso es lo que tenemos que hacer.
Así, los pilares fundamentales de una relación duradera son: la admiración, la concepción de la pareja como un equipo, el conocimiento profundo del otro, el aprendizaje ante las dificultades y la búsqueda conjunta de soluciones para los problemas y la puesta en común de los desencuentros y encuentros.
Se trata, por tanto, de trabajar la capacidad de comprendernos, aceptarnos y cuidarnos. Por que al fin y al cabo amar es cuidar, algo simple y profundo a la vez