Para que los días malos se pongan de nuestra parte debemos ser capaces de reiniciarnos, como si fuésemos un ordenador, y dejarnos llevar por el fluir de los acontecimientos.
Seguro que recuerdas días en los que te has planteado que “quién te mandaría levantarte de la cama”. Días rasgados en los que nos toca aterrizar en un mundo que es más gélido que los sueños desagradables con los que a veces nos invade Morfeo. Días en los que los pasos retumban más que cuando vas con tacones y en los que la suerte aprieta más allá de los sudores fríos.
Muchos de esos días tienes la intuición de que se torcerán antes de poner un pie en el suelo. Vas a la cocina y recuerdas que no tienes tu desayuno habitual, ese que te da energía y que no fuerza mucho a tu sistema digestivo. Entonces tienes que decidir entre improvisar o pasar directamente del desayuno.
Aquí es donde empieza el primer desastre, en lo nimio, en lo pequeño. Porque somos animales de costumbres y en muchos casos costumbristas. Ya has creado esa mosca que se ha posado en tu interior y que también molesta a tu exterior. En tu interior alimenta una sensación de rabia, de ansiedad enmascarada que no sabes muy bien de dónde ha salido. Si ha sido consecuencia de una “profecía autocumplida” o de tu tropiezo en los primeros pasos.
En el exterior, el autobús no llega y el zapato empieza a rozarte en el talón como si fuera nuevo. Hoy, ¡precisamente hoy! Es entonces cuando empiezas a remar en contra del día. Le pones mala cara, a ver si poniéndote serio decide cambiar de actitud. Lo malo es que el día, en realidad, no es nadie, y los que reciben los gestos torcidos y las palabras entrecortadas y distantes son los que te rodean. Esas personas a las que necesitas y que te necesitan.
Piensa lo que es realmente un día horrible
Vamos a dejarnos de nimiedades. Que te falte el desayuno, que te torture un zapato o que te caiga un diluvio no son en realidad los protagonistas de un día horrible. Quizás de un espejismo sí, pero de un día horrible no. Sí de un día malo. Un día horrible es un día en que te despiden del trabajo cuando tienes una familia que depende de ti, cuando te atropellan y terminas en un hospital, cuando te informan de que tu hijo ha tenido un accidente, etc. Podríamos seguir, pero creemos que ya nos hemos entendido.
En estos días son en los que realmente se resquebraja el mundo, en los que sientes realmente que te han puesto al borde de un precipicio y que te han empujado de golpe. Aquellos en los que ves que el suelo se acerca irremediablemente.
Salir de un día malo
La tecnología nos puede prestar varias ideas para salir de un día malo. Piensa, ¿qué haces con tu ordenador cuando se queda bloqueado? Los más avanzados seguro que intentan encontrar qué es lo que le está poniendo la zancadilla al procesador. Mientras que la mayoría de los mortales lo reiniciamos con cierto aire de impotencia.
También anunciamos en voz alta una decisión que nos da mucha pereza: “Debería borrar cosas para que el ordenador tuviera más espacio”. Pensemos que para ese borrado selectivo no nos queda más remedio que poner un poco de orden en la organización de nuestros archivos.
Pues ¡manos a la obra con nuestra mente! Toca reorganizar el día de manera que simulemos que nos volvemos a levantar. Es mejor crear una inercia e ir a favor de lo que ocurre que estar todo el rato enfrentándonos a lo que pasa. En la vida, como en el mar, siempre sopla aire y los marineros saben que el tiempo dedicado a establecer la posición de las velas rara vez es tiempo perdido.
Conclusión
En conclusión, para encarar los días malos debemos atender a nuestras emociones, a qué es lo que está provocando ese malestar. De esta manera, debemos adquirir una adecuada capacidad de observaciónpara tener la suficiente habilidad para distanciarnos de la situación y ver con objetividad por las cosas. Por lo tanto, detente, analiza, respira y aprende a actuar conveniente para salir de este tipo de situaciones: fluye pese al malestar.